Rock como cultura de masas visto desde la Escuela de Frankfurt: el
rock generalmente fue visto de este modo por los medios ajenos a su circuito.
Pero si lo vemos desde la mirada de Adorno y Horckheimer para señalar a la
música pop como legitimadora de la ideología del capitalismo contemporáneo,
como un arte impuesto desde arriba.
Ahora
si vemos al rock como cultura de masas desde Birmingham, a diferencia de la
escuela de Frankfurt, que hace una demarcación de lo que es cultura alta y baja
y una caracterización de consumidor estático, la llamada escuela de Birmingham
basa sus argumentaciones en la figura del receptor activo. En vez de centrar su
mirada solo en la producción, lo hace también en el consumo.
Hasta
mediados de los cincuenta los productos culturales estaban destinados a la
familia, sin distinción generacional. La irrupción del rock and roll demarcó
los límites de lo juvenil, categoría que a su vez presentó subdivisiones. En un
principio fueron los hipsters, los beats y los squares en los Estados Unidos.
Los squares eran los caretas o burgueses mientras que las subcultura beat y
hipster habían nacido de una misma base ideológica: se sentían negros blancos.
Los hipsters en cambio era el tipo dandy de clase baja amante del jazz y la
música afrocubana mientras que el beat era un chico de colegio de clase media
que estaba harto de las ciudades y la cultura que había heredado y quería ir en
búsqueda de lugares distantes dónde pudiera escribir, fumar y meditar. En 1960
los hipsters ven finalizar su existencia cuando Caryl Chessman es ejecutado en
la cámara de gas de San Quintín. Los beats reencarnaron en beatniks primero y
en hippies después.
La
aparición de estos últimos hace que se empiece a hablar del rock como
contracultura, es decir, que opera de forma breve y esporádicamente ya que la
industria no tarde en controlar y corromper los resultados.
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